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viernes, 15 de octubre de 2010

"YO PIENSO DE QUE" - Blog del Poeta casmeño Dennis Àngulo

 

 

YO PIENSO DE QUE

UN POETA, UN PERRO, UNA PLAYA Y NO ME JODAN

Tuesday, October 26, 2004

aquellos días

Hace dos años yo era un imbécil. Entonces aprendí a escuchar la voz del mar. La voz del mar era clara y contundente: eres un imbécil, me decía. Cambié.
Podría dar una detallada lista de los cambios aplicados a mi vida diaria. Pero estos básicamente podrían reunirse bajo un solo concepto. Dejé de preocuparme. Ya no era mi problema si un día La Fábrica de Hielo explosionaba y Casma desaparecía en una nube atómica de raspadilla. No me incumbía la desagradable proliferación de campamentistas en La Gramita.No era culpa mía si a Pistola se le caía la oreja. Si Dorita dejaba de quererme mi devastado cadáver seguiría caminando sin rumbo por la vida. Nada muy grave que digamos.
Vamos, dejé de preocuparme, pero no dejé de estar al tanto de lo anteriormente mencionado. La Fábrica de Hielo ha sido y será una de mis obsesiones casmeñas mas caras. Cuando era un imbécil y estaba, de puro imbécil, a punto de abrir una librería en Casma, reparé en la Fábrica de Hielo. ¿Qué hacen? Nada, enfrían agua. Noche y día. Operarios vestidos de cegador blanco recurren a pínzas crustáceas para movilizar majestuosos bloques de agua congelada, siempre cubierta de una leve capa de aserrín húmedo. No hablan mucho, ni socializan demasiado con la comunidad. Son como sacerdotes del bajo cero al que nosotros le debemos el don de refrescarnos. Cada vez que destapo una Concordia reposada tres horas en un balde con hielo les agradezco en su mismo silencio.
Creía que la Fábrica de Hielo colapsaría un día. Los refrigeradores se malogran constantemente, ¿cómo no habría de dañarse un referigerador gigante? No solo corríamos el riesgo de una detonación sin precedentes en la ciudad, sino que además Intenté vanamente reunirme con algún administrador, alguien encargado, a fin de hacerle saber de una preocupación razonable por el tema de la seguridad. Fue en vano. Aparte de los operarios silentes no parecía haber nadie más a cargo. Y la Fábrica trabajaba noche y día, sin descanso. Imagínense el zumbido de cinco millones de refrigeradores juntos.
Compré un extinguidor de segunda mano. Estaba dispuesto a donarlo, a dejarlo en manos de algún operario en caso de un imprevisto. Me abrieron la puerta, uno de los de blanco me miró de arriba abajo mientras una ola gélida me hizo retroceder dos pasos. Detrás suyo una ciudad de hielo crujía entre vapores y aserrín. Aquí solo hay hielo. El hielo no arde, me dijo y cerró. Eran los días en que era un imbécil.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lei tu trabajo en la columna de Jaime Bedoya. Siguevhaciendo lo que te gusta. A mi me encanto....Jgch