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viernes, 17 de setiembre de 2010

UN VIAJE INESPERADO (Relato de Augusto Llosa Giraldo)

           UN VIAJE INESPERADO

El autor en la ciudad de Ocros, capital de la provincia
del mismo nombre, en la Regiòn Ancash.

            Para tomar una decisión inusual, en el acto hay que tener poderosas razones y motivos más que suficientes para actuar sin pensar dos veces.  Aquella mañana fresca de mayo, Oscar recibió una sorpresiva carta de manos del cartero en momentos en que se aprestaba a partir; verificó quién era el remitente y la abrió con ávido interés  y comenzó a leer en forma pausada, y lo que parecía una usual misiva se transformó en una real preocupación que le humedeció los ojos y lo llevó ha abrir la ventana de la habitación que todavía olía a ropa usada para respirar un poco el aire fresco, que lo necesitaba, y ordenar sus ideas que lo habían atolondrado un poco y cogido por sorpresa ; se sobrepuso, se fijó en la fecha de remisión de la carta y constató que habían transcurrido más de dos semanas para que está llegara a sus manos. Entonces no tuvo más remedio que preparar su equipaje, hacer una llamada telefónica a su centro de trabajo y partir al volante de su nueva camioneta. Sabía que le esperaba un largo viaje y había que tomar precauciones: lo primero que hizo fue comprar un mapa geográfico y una guía de viaje de esa región casi perdida al este del Perú; tomó un desayuno frugal y se aprovisionó de botellas de agua gasificada, bolsas de biscochos, y partió solo sin mediar explicación a nadie en particular.

            Conforme avanzaba el vehículo y los kilómetros desaparecían, transcurrieron muchas horas de viaje, y es cuando el hambre y el cansancio aparecieron  pero no le hicieron  mella; ascender el macizo central de la Cordillera de Los Andes, es tarea de cuidado para quienes por primera vez lo intentan, y en este caso, Oscar tomó sus precauciones, y así lo hizo; antes del anochecer decidió descansar en un pequeño poblado que se ubica a un costado de la carretera antes de pasar al otro lado de la vertiente andina; estaba muerto de hambre y cansado tenía que reponer fuerzas  y cerciorarse del buen estado del vehículo. Se estacionó en un restaurante en donde cenó un suculento caldo de gallina de corral, caliente  de entrada, y como plato de fondo, un bistec de carnero a la parrilla, con sus papas fritas, ensalada de verduras y una copa de buen vino para asentar la comida, que por ser bueno, se tomó tres; luego se hospedó en un antiguo hotel  que más bien era una antigua casona acondicionada para este negocio, en donde una ducha de agua caliente le repuso el ánimo, y antes de meterse a la cama, sintió ganas de leer nuevamente la carta en cuestión que le atosigaba el espíritu, y luego de vacilar nerviosamente por unos segundos se decidió a sacarla del bolsillo de su casaca de
Cuero;  con cuidado la abrió y comenzó  una lectura pausada, de
Palabra por palabra y entonces descubrió que el contenido de dicha carta era una especie de testamento que le sugería por momentos y en
Otros le daba instrucciones precisas de tal o cual cosa que debía cumplir luego de determinadas circunstancias y condiciones; fue en ese instante que recordó los mejores momentos vividos durante su  niñez y cuando se casó hace varios años y fue feliz antes de enviudar y quedar  nuevamente solo. No tuvo tiempo para tener hijos, el lamentable accidente que sufrió su joven  esposa se lo impidió, y eso le remordía como un castigo, no quiso recordar más, se recostó en la cama, prendió un cigarrillo, mientras ojeaba el mapa de viaje trazado, hasta que el cansancio lo hizo dormir profundamente sin que él se diera cuenta.

            Antes del amanecer  un potente trueno estremeció las montañas, que le hizo saltar de la cama y recordarle que ya era tiempo de prepararse para reanudar el viaje. Abrió la ventana que daba a la calle principal y pudo percibir el olor a mojado y el fresco pan que  llegaba con un viento fresco que le animó la mañana, y observar asimismo  que llovía levemente con ponderación; entonces  acomodó sus pocas pertenencias, tomó las llaves de la habitación y del vehículo y salió; al bajar la escalera de piedra se cruzó con la dueña del establecimiento que luego de saludarlo le ofreció una taza de café caliente  que él accedió amablemente, fue momento para intercambiar algunas impresiones del carretera  que ingresaba muy  cerca a la zona selvática, que él nunca había pensado conocer y tenía las peores referencias, Luego de agradecer la gentileza de la anfitriona, se dirigió al garaje en donde limpió cuidadosamente  la camioneta, en tanto que el sol comenzaba a rayar los picachos de las altas montañas, con un cielo límpido que poco a poco dejó todo vestigio de mal tiempo ; antes de partir, compró una bolsa de pan de maíz que todavía humeaba y unos tamales calientes de gallina.

            Con suerte la lluvia se disipó rápidamente y el sol brillaba resplandeciente en todo el valle agreste de la sierra, que comenzaba a descender desde que cambió de ruta; era el ingreso a la tierra caliente, llena de sorpresas y peligros desconocidos; uno a uno los ríos grandes y pequeños descendían sorpresivamente, tormentosos y cruzaban la carretera. Por otra parte, el verdor era cada vez más intenso de los inmensos campos que se abrían paso en medio de una enmarañada flora  todavía  virgen, junto a un calor cada vez más sofocante y lleno de  mosquitos y otras alimañas que  parecían salir del vientre de esta  tierra  endemoniada que no todos pueden  estoicamente soportar, muy  a pesar de la exuberante belleza que nuestros ojos pueden contemplar en estos parajes llenos de vida y muerte que es una constante diaria por sobrevivir; ninguno de estos obstáculos pudo doblegar el espíritu tenaz de Oscar, que ya se sentía más aliviado al saber que muy pronto llegaría a su destino; era solo cuestión de unas horas nada más para llegar a “Nueva Esperanza”,  poblado enclavado en la parte alta de una pequeña  colina,  junto  a dos ríos caudalosos que la cruzan y  vigilan celosamente desde la parte baja del valle.

            A estas alturas del camino, la “civilización occidental y cristiana” se vuelve a contemplar a lo largo de la ruta  con ciudades modernas, llenas de confort y tecnología que hacen palidecer a cualquier otra ciudad, que cómo “oasis” brillan llenas de cemento y sensualidad desbordante, al menos esa era la impresión que tenía Oscar, luego de ingresar a uno de los  bares que pululan por todas partes, para tomar una cerveza bien helada y contemplar a las mujeres que  atendían a los parroquianos con ropa ligera y dispuestas a toda petición de los clientes, que no se hacían de rogar para estos menesteres. Mientras una  música estridente y cadenciosa animaba el ambiente.
Las ansias por llegar le hicieron olvidar las horas, el cansancio y el hambre; cuando  al promediar las cuatro de la tarde  el vehículo hizo su ingreso a “Nueva Esperanza”, una ciudad bien trazada, de casas mayormente de madera; no le fue difícil dar con la pequeña plaza de armas, llena de poncianas y buganvillas bien cuidadas, y preguntar a un transeúnte por la dirección que traía- le señalaron – qué sólo a dos cuadras a la derecha de la Iglesia Matriz se ubicaba la calle en mención; al llegar al lugar  miró desde el interior de su vehículo que la puerta principal se hallaba cerrada y luego de vacilar unos segundos se animó a bajar resueltamente con la carta en la mano. Subió unos peldaños de la escalera de madera, y con cierto temor, tocó tímidamente la puerta, nadie contestó, pero al fondo de la casa pudo percibir que un perro  ladraba, entonces volvió a tocar y en menos de un minuto se abrió la puerta, y dentro de ella pudo observar a una mujer relativamente joven de mediana estatura, esbelta que vestía completamente de negro, cuya palidez de su rostro blanco y delicado  resaltaba con la luz del sol que le llegaba a la cara. Reponiéndose de esta primera impresión, preguntó: “casa de la familia Córdova” – si – respondió tímidamente la mujer; “soy hermano de Alberto y vengo de la costa.”  No hubo más palabras entre los dos, porque la pobre mujer se quebró en llanto y se echó a los brazos de aquel hombre que sabía que era hermano de su difunto esposo que semanas antes habían sepultado tras sufrir una penosa enfermedad, y quién antes de morir le advirtió que ella no se quedaría sola, no sólo porque tenía a sus dos hijos varones, sino porque  le tenía preparado una sorpresa que ahora ella comprendía, ya que el difunto nunca le había confiado que tenia un hermano gemelo. Pasadas las primeras impresiones y las emociones que los embargaba a ambos, Oscar le entregó la carta de su hermano que ella leyó con avidez, atención y sorpresa, y luego de invitarlo a pasar a su casa, aparecieron de pronto los niños que al verlo corrieron ha abrazarlo y a un solo grito los dos exclamaron:

- “Papá no has muerto...”