UN VIAJE INESPERADO
Para tomar una decisión inusual, en el acto hay que tener poderosas razones y motivos más que suficientes para actuar sin pensar dos veces. Aquella mañana fresca de mayo, Oscar recibió una sorpresiva carta de manos del cartero en momentos en que se aprestaba a partir; verificó quién era el remitente y la abrió con ávido interés y comenzó a leer en forma pausada, y lo que parecía una usual misiva se transformó en una real preocupación que le humedeció los ojos y lo llevó ha abrir la ventana de la habitación que todavía olía a ropa usada para respirar un poco el aire fresco, que lo necesitaba, y ordenar sus ideas que lo habían atolondrado un poco y cogido por sorpresa ; se sobrepuso, se fijó en la fecha de remisión de la carta y constató que habían transcurrido más de dos semanas para que está llegara a sus manos. Entonces no tuvo más remedio que preparar su equipaje, hacer una llamada telefónica a su centro de trabajo y partir al volante de su nueva camioneta. Sabía que le esperaba un largo viaje y había que tomar precauciones: lo primero que hizo fue comprar un mapa geográfico y una guía de viaje de esa región casi perdida al este del Perú; tomó un desayuno frugal y se aprovisionó de botellas de agua gasificada, bolsas de biscochos, y partió solo sin mediar explicación a nadie en particular.
Conforme avanzaba el vehículo y los kilómetros desaparecían, transcurrieron muchas horas de viaje, y es cuando el hambre y el cansancio aparecieron pero no le hicieron mella; ascender el macizo central de la Cordillera de Los Andes, es tarea de cuidado para quienes por primera vez lo intentan, y en este caso, Oscar tomó sus precauciones, y así lo hizo; antes del anochecer decidió descansar en un pequeño poblado que se ubica a un costado de la carretera antes de pasar al otro lado de la vertiente andina; estaba muerto de hambre y cansado tenía que reponer fuerzas y cerciorarse del buen estado del vehículo. Se estacionó en un restaurante en donde cenó un suculento caldo de gallina de corral, caliente de entrada, y como plato de fondo, un bistec de carnero a la parrilla, con sus papas fritas, ensalada de verduras y una copa de buen vino para asentar la comida, que por ser bueno, se tomó tres; luego se hospedó en un antiguo hotel que más bien era una antigua casona acondicionada para este negocio, en donde una ducha de agua caliente le repuso el ánimo, y antes de meterse a la cama, sintió ganas de leer nuevamente la carta en cuestión que le atosigaba el espíritu, y luego de vacilar nerviosamente por unos segundos se decidió a sacarla del bolsillo de su casaca de
Cuero; con cuidado la abrió y comenzó una lectura pausada, de
Palabra por palabra y entonces descubrió que el contenido de dicha carta era una especie de testamento que le sugería por momentos y en
Otros le daba instrucciones precisas de tal o cual cosa que debía cumplir luego de determinadas circunstancias y condiciones; fue en ese instante que recordó los mejores momentos vividos durante su niñez y cuando se casó hace varios años y fue feliz antes de enviudar y quedar nuevamente solo. No tuvo tiempo para tener hijos, el lamentable accidente que sufrió su joven esposa se lo impidió, y eso le remordía como un castigo, no quiso recordar más, se recostó en la cama, prendió un cigarrillo, mientras ojeaba el mapa de viaje trazado, hasta que el cansancio lo hizo dormir profundamente sin que él se diera cuenta.
Antes del amanecer un potente trueno estremeció las montañas, que le hizo saltar de la cama y recordarle que ya era tiempo de prepararse para reanudar el viaje. Abrió la ventana que daba a la calle principal y pudo percibir el olor a mojado y el fresco pan que llegaba con un viento fresco que le animó la mañana, y observar asimismo que llovía levemente con ponderación; entonces acomodó sus pocas pertenencias, tomó las llaves de la habitación y del vehículo y salió; al bajar la escalera de piedra se cruzó con la dueña del establecimiento que luego de saludarlo le ofreció una taza de café caliente que él accedió amablemente, fue momento para intercambiar algunas impresiones del carretera que ingresaba muy cerca a la zona selvática, que él nunca había pensado conocer y tenía las peores referencias, Luego de agradecer la gentileza de la anfitriona, se dirigió al garaje en donde limpió cuidadosamente la camioneta, en tanto que el sol comenzaba a rayar los picachos de las altas montañas, con un cielo límpido que poco a poco dejó todo vestigio de mal tiempo ; antes de partir, compró una bolsa de pan de maíz que todavía humeaba y unos tamales calientes de gallina.
Con suerte la lluvia se disipó rápidamente y el sol brillaba resplandeciente en todo el valle agreste de la sierra, que comenzaba a descender desde que cambió de ruta; era el ingreso a la tierra caliente, llena de sorpresas y peligros desconocidos; uno a uno los ríos grandes y pequeños descendían sorpresivamente, tormentosos y cruzaban la carretera. Por otra parte, el verdor era cada vez más intenso de los inmensos campos que se abrían paso en medio de una enmarañada flora todavía virgen, junto a un calor cada vez más sofocante y lleno de mosquitos y otras alimañas que parecían salir del vientre de esta tierra endemoniada que no todos pueden estoicamente soportar, muy a pesar de la exuberante belleza que nuestros ojos pueden contemplar en estos parajes llenos de vida y muerte que es una constante diaria por sobrevivir; ninguno de estos obstáculos pudo doblegar el espíritu tenaz de Oscar, que ya se sentía más aliviado al saber que muy pronto llegaría a su destino; era solo cuestión de unas horas nada más para llegar a “Nueva Esperanza”, poblado enclavado en la parte alta de una pequeña colina, junto a dos ríos caudalosos que la cruzan y vigilan celosamente desde la parte baja del valle.
A estas alturas del camino, la “civilización occidental y cristiana” se vuelve a contemplar a lo largo de la ruta con ciudades modernas, llenas de confort y tecnología que hacen palidecer a cualquier otra ciudad, que cómo “oasis” brillan llenas de cemento y sensualidad desbordante, al menos esa era la impresión que tenía Oscar, luego de ingresar a uno de los bares que pululan por todas partes, para tomar una cerveza bien helada y contemplar a las mujeres que atendían a los parroquianos con ropa ligera y dispuestas a toda petición de los clientes, que no se hacían de rogar para estos menesteres. Mientras una música estridente y cadenciosa animaba el ambiente.
Las ansias por llegar le hicieron olvidar las horas, el cansancio y el hambre; cuando al promediar las cuatro de la tarde el vehículo hizo su ingreso a “Nueva Esperanza”, una ciudad bien trazada, de casas mayormente de madera; no le fue difícil dar con la pequeña plaza de armas, llena de poncianas y buganvillas bien cuidadas, y preguntar a un transeúnte por la dirección que traía- le señalaron – qué sólo a dos cuadras a la derecha de la Iglesia Matriz se ubicaba la calle en mención; al llegar al lugar miró desde el interior de su vehículo que la puerta principal se hallaba cerrada y luego de vacilar unos segundos se animó a bajar resueltamente con la carta en la mano. Subió unos peldaños de la escalera de madera, y con cierto temor, tocó tímidamente la puerta, nadie contestó, pero al fondo de la casa pudo percibir que un perro ladraba, entonces volvió a tocar y en menos de un minuto se abrió la puerta, y dentro de ella pudo observar a una mujer relativamente joven de mediana estatura, esbelta que vestía completamente de negro, cuya palidez de su rostro blanco y delicado resaltaba con la luz del sol que le llegaba a la cara. Reponiéndose de esta primera impresión, preguntó: “casa de la familia Córdova” – si – respondió tímidamente la mujer; “soy hermano de Alberto y vengo de la costa.” No hubo más palabras entre los dos, porque la pobre mujer se quebró en llanto y se echó a los brazos de aquel hombre que sabía que era hermano de su difunto esposo que semanas antes habían sepultado tras sufrir una penosa enfermedad, y quién antes de morir le advirtió que ella no se quedaría sola, no sólo porque tenía a sus dos hijos varones, sino porque le tenía preparado una sorpresa que ahora ella comprendía, ya que el difunto nunca le había confiado que tenia un hermano gemelo. Pasadas las primeras impresiones y las emociones que los embargaba a ambos, Oscar le entregó la carta de su hermano que ella leyó con avidez, atención y sorpresa, y luego de invitarlo a pasar a su casa, aparecieron de pronto los niños que al verlo corrieron ha abrazarlo y a un solo grito los dos exclamaron:
- “Papá no has muerto...”
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