.

----------------------------------

viernes, 24 de julio de 2009

PERFUME PERSONAL Por Augusto Llosa Giraldo.


Chanquillo, Centro Astrònomico màs antiguo de Àmerica
Precolombina, orgullo de los casmeños

PERFUME PERSONAL

 

He vuelto a oler el perfume perdido de tu traje, y me pareció nuevo, seguramente por el tiempo trascurrido: esencia pura de flores y maderas exóticas de insuperable fragancia y gusto refinado, característica tan tuya, tan nuestra, que tiene un olor peculiar, inconfundible qué a kilómetros podría identificar con el suave roce del viento, y aunque intentaras cambiar de producto, siempre sabría probar que es el tuyo, cómo tu muy bien darías con el mío.

Es que esa costumbre de olernos a plenitud a lo largo de nuestro cuerpo: vestidos o desnudos nos ha desarrollado una suerte de olfato perruno muy sensible que nos permite a lo lejos encontrarnos. No podríamos alejarnos si acaso uno de nosotros tratara de huir cobardemente. Sería nuestro perfume personal el mejor instrumento que contribuiría a la captura de uno de nosotros. Acaso no lo has intentado más de una vez, cuando pretendiste abandonar mi cariño, y tan pronto cómo te alejaste te encontré bañándote en un río, ¿lo recuerdas? Fue tu aliento con sabor a pomarrosa el que me guió a tu encuentro.

De esa fecha ya no los intentado porque al parecer te has convencido que nuestro amor ha conjugado una suerte de fórmula secreta, especial no sólo con el perfume que emana de tu cuerpo, sino con la tibia brisa que baja de los montes, que al mezclarse ésta fluye por nuestros poros desesperadamente hasta el corazón, siendo una especie de antídoto contra el tiempo, y la inmortalidad fugaz que se diluye. Acaso no te has dado cuenta qué cuándo miccionas, silenciosamente huelo a escondidas los residuos fraganciosos que expelen tus deseos; excitándome hasta la erección de todos mis sentidos comunes que nos aman, que al primer encuentro por más pequeño que este sea, se funden con el calor electrizante del amor. Amor nacido de la primera mirada que me diste una mañana tibia de marzo, cuando el sol aún bostezaba, y yo te miraba absorto por la ventana de mi casa.
Fue inevitable, habíamos nacido para amarnos.