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martes, 23 de marzo de 2010

"LAS MADERAS DE DON HELENO" Relato de Augusto Llosa Giraldo



LAS MADERAS DE DON HELENO

En un año lejano que se pierde en el tiempo, llegó a Casma Don Heleno, hombre de mirada adusta y tez cetrina proveniente de un pueblo del norte, acompañado de un costalillo de tocuyo y una pequeña maleta de madera en donde portaba sus únicas pertenencias y la solitaria actitud de un recién llegado.

Pronto consiguió trabajo en la paña de algodón que en el valle abunda, y con el tiempo una pequeña casucha de caña a medio embarrar en donde solía vivir solo.

Su impenetrable silencio y huraño comportamiento no le permitía tratar amigablemente a nadie e hizo pensar a muchos que era mudo. Así pasaron los años dejando su marca indeleble en el rostro curtido de Dn. Heleno; siempre se le veía inmutable, indiferente, cargando su agua del único pozo que había en el lugar, cocinando en su fogón con leña o coronta que traía al culminar su jornada de trabajo, o lavando su ropa en la acequia contigua al barrio donde vivía.

En alguna oportunidad sostenía breves monólogos con sus vecinos más cercanos a su solitaria vivencia, balbuceando palabras con dificultad y aparente temor. Casi todo el tiempo luego de regresar del trabajo habitual se encerraba en su pequeño cuartucho en un ostracismo digno de la mejor causa.

Pero sucedió de pronto que en las mañanas, muy temprano se escuchaba un sonido raro, peculiar dentro de su cubil que sobresaltó a los vecinos más cercanos. Nadie sabia lo que estaba pasando. De allí que su monótona fisonomía cambió: adelgazó sorprendentemente, se le veía encorvado, con los ojos hundidos que irradiaban una mirada triste como pidiendo compasión, amor, asimismo, parecía que sus orejas habían crecido desproporcionadamente terminando en punta y con un color mortecino que atraía la mirada de la gente curiosa.
A partir de estos cambios observados en la persona de Dn. Heleno, la gente murmuraba en silencio al verlo pasar, cosa que hizo que todo el vecindario se enterara de su precaria salud.

Cierto día uno de sus vecinos notó que al fondo de su corral de Dn. Heleno habían varias maderas de fino caoba, bien pulidas que relucían con el sol., y pensó en comprárselas para mandar a hacerse una buena mesa. No lo pensó dos veces y acudió presuroso a tocar la puerta hecha de maderas viejas y corroídas.

Entre el tocar insistente y los segundos se hizo un vacío interminable, quebrado, angustioso que sobresaltó al vecino. De pronto lentamente la puerta se fue abriendo con un crujir que más parecía lamento, y al centro apareció la figura escuálida, borrosa, que la luz al cruzar su pequeño cuerpo proyectó una sombra tétrica que como un halo lo cubría:

- Dn. Heleno, disculpe que lo moleste, pero he venido para ver si Ud. me puede vender sus maderas que tiene, para hacerme una mesita que necesito…

- ¿Cómo dice Ud.? – contestó Dn. Heleno con una voz cavernosa, entrecortada.

- Es que cómo Ud. tiene unas maderas que no las usa en su corral… – No lo dejó pronunciar la última palabra, y con mucho esfuerzo replicó:

- Vea Ud., yo no vendo mis maderas y…por favor no me moleste más…

- ¡Perdón vecino, yo pensé… disculpe ¡

Ambos se miraron como dos extraños de pies a cabeza, luego se hizo un silencio breve que se cortó cuando Dn. Heleno levantó su brazo huesudo para cerrar la puerta. Allí el vecino pudo observar sus manos sucias de un color verde oscuro que temblaban lentamente.

A partir de ese momento todos los vecinos del lugar se dieron cuenta que aquel hombre misterioso y furtivo se encontraba enfermo, muy enfermo, que para tratar su mal que lo aquejaba en las mañanas muy temprano molía alfalfa fresca en un batán del cual extraía su jugo y lo bebía; asimismo lo habían observado que en la chacra contigua a su vivienda extraía el jugo de unas matas de plátanos que ocultamente bebía con asco y guardaba en pequeños frascos de vidrio.

Conocida la motivación de su extraña apariencia y el por qué ya no trabajaba últimamente y de la oculta apariencia, algunos vecinos trataron de ayudarlo pero éste se rehusaba cortésmente a los ofrecimientos.

Llegó un momento en que no salió varios días a recoger agua del pozo; solo su pequeño gato negro ronroneaba junto a su puerta y de noche maullaba insistentemente de hambre.

El último día que lo vieron caminar los vecinos se espantaron al verlo, caminaba lentamente con dificultad; su pequeño cuerpo era apenas un recuerdo de aquel hombre de contextura mediana y fuerte, y ahora daba lástima. Luego de sacar un balde de agua con dificultad se sentó, inspiró una bocanada de aire y abrió sus pequeños ojos negros y comenzó a observar todo cuanto le rodeaba hasta el anochecer. Uno de sus vecinos más cercanos al pasar junto a él, vio que lloraba muy triste.
Esa noche los perros aullaron hasta el amanecer y el maullido del gato ya no se escuchó.

Había muerto Dn. Heleno solo en silencio, los vecinos pobres como él, hicieron una colecta para comprar flores, coca, cigarro y café, y con las maderas que guardaba celosamente le confeccionaron su ataúd en donde depositaron sus restos y fue enterrado en el cementerio en donde reposa eternamente.