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martes, 19 de octubre de 2010

"CHIQUITIN" - Relato de Augusto Llosa Giraldo publicado en Londres.

Libro original enviado desde Londres
al autor.

CHIQUITIN
(Relato)


El fuego cargado de rayos, parecia partir la tarde, en tanto que la lluvia estrepitosa caía sobre esta tierra adoptiva que nos acoge, y hacia correr a todos aquellos que no estaban preparados para soportar sus efectos devastadores

La puerta principal de entrada se encontraba entreabierta, mientras los custodios se guarecían en una pequeña caseta de vigilancia, ubicada a un costado del enorme edificio de la prisión; en esas circunstancias “Chiquitín”, un viejo perro chusco todo mojado y asustado por los truenos, ingresó silenciosamente al pabellón de Presos Políticos, sin que nadie se diera cuenta para impedirlo.

Al encontrarse dentro del recinto carcelario comenzó a husmear y a buscar comida, tenia hambre, y fue bien recibido por los internos, quienes lo, llamaban por diversos apelativos, otros querían cogerlo para acariciarlo. Pero era muy arisco para estos tratos que nunca había recibido, otros le ofrecían comida incluso pescado seco, etc. Comido de todo y cuanto pudo saciar su voracidad canina, pero siempre cuidando una distancia prudente. A todos nos alegró esta inusual visita que por años no teníamos; pero llegó la noche inevitable, y es cuando los alcaides comienzan a cerrar todas las puertas- rejas que existen en cada pabellón, y “Chiquitín” cómo se le bautizó quedó atrapado como un preso más dentro de ese inmenso local siniestro de dimensiones concéntricas.

Las horas corrían y cuando la mayoría de los internos descansaban, de pronto el perro comenzó a ladrar y a correr por todos los pasillos del pabellón, desesperadamente y a aullar con gritos lastimeros sin parar, hasta que se paró junto a la reja de la entrada principal y lanzó un aullido desgarrador que conmovió a todos. No había caso, lo único que teníamos que hacer era llamar al servicio de guardia que se apostaba afuera y pedir que lo saquen para que se calle y todos podamos dormir.

Y así fue, el delegado general del sector dio la voz de inicio y todos los internos a un solo grito tuvimos que llamar a los custodios, quienes luego de unos minutos de intenso llamado reiterado, hicieron su ingreso creyendo que era una emergencia médica habitual, de rutina, pero grande fue su sorpresa al constatar que dicha emergencia era para “liberar” a un perro, y no podían explicarse cómo había ingreso a dicho lugar inaccesible para cualquier ser humano común y corriente, con todas las medidas de seguridad que contaba el penal de máxima seguridad del país.

Esta actitud aleccionadora del perro sensibilizó a todos los presos; nadie más habló después, el silencio era elocuente.
Esa noche muchos de los internos soñaron con su Libertad, y yo fui uno de ellos.

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"CHIQUITIN"
 (Versiòn en  Inglès)


Fiery rays seemed to split the day asunder, while noisy raindrops ceaselessly pounded on this adoptive land which reached out to us, while causing those ill prepared to suffer its sometimes devastating effects flee.

The main entrance door was slightly ajar where the security guards grouped in a little surveillance hut, located to the side of the enormous prison building;  it was under these circumstances that Chiquitìn”, an old mongrel dog soaked by the rain and terrified by the thunder, silently entered the Politicat Prisoners’ Section, without anyone noticing or restraining him.

Finding himself incide the prison precincts, he began sniffing around in search of food, and was well received by the inmates; some called him by various names, while others tried to grab him in order to pet him, but te behaved fearfully, never having received this kind of attention in the past; still others proffered food, such as dried fish, to him. He ate everything, and managed to finally sate his canine voracity while remaining at a prudent distance. We were all cheered  by the first such unusual visit in year; but ninght inevitably  fell, when the screws began to lock all the barred gates in the differents sections, and “Chiquitìn”, as we baptized him, remained trapped as one more prisoner in the concentric structure of this enormous and sinister place.

Hours passed, and when most of the inmates were asleep, suddenly the dog began to bark and to race desperately up and down all the corridors in the section, letting out a succession of Herat-rending howls.

This continued until he finally stopped at the barred front gate, unleashing a lacerating cry that tore us all apart. There was nothing for us to do but call on the guards stationed outside to put the hound  out on the street so that we could all get some sleep.

And so it was, the head security guard gave the starting order for the inmates to call the screws with one voice; after a few minutes of lous and repeated yelling, they all came  rushing in, convinced there was some medical emergency. They were greatly surprised to learn that they had been summoned to “liberate” a dog, and could find no way at all of explaining how it had succeeded in penetrating somewhere normally inaccessible to any human, given the panoply of safety measures on which the most secure prison in the country depended.

The prisoners were moved by the dog’s behaviour; nobody spoke afterwards – and the silence was eloquent.

That night many of the inmates dreamed of Liberty. I was among them.



Translated by Amanda Hopkinson



Augusto Ernesto Llosa Giraldo

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