DOÑA ANDREÌTA
.- ¡Padrecito. Padrecito, buenos días ¡
.- ¿Cómo estás hija, qué te trae?
.- He venido a reservar su misa para mi San Antonito, fíjese que este
Viernes es su fiesta…
.- ¡Bueno hija, cómo la quieres, de primera, de segunda o una especial, cantada…
.-Ah, padrecito, estoy pobre…¡¡¡
.-Entonces, hija, será de segunda, es lo menos que puedo hacer, y cuesta dos soles…
.-Esta bien, padre, qué voy hacer…
.-No te preocupes, hija, ve con Dios…
.- ¡Gracias, padre…¡
.- ¡Ve, ve, hija…¡
Levantándose de la silla con mucha dificultad se echó a caminar con pasos lentos, sostenidos por un bastón gastado de palo que lo acompañaba todos los días por las calles polvorientas de Casma en la venta diaria de sus afamadas “chapanas” de yuca.
Doña Andrea era una anciana solterona sin más familia que un viejo perro “calato” que criaba y cuidaba con sumo esmero, llegando al extremo de vestirlo con ropa que ella misma confeccionaba en sus ratos de ocio. Era muy monono verlo junto a su ama que lo paseaba los domingos en la tarde en la Plaza de Armas, como quien muestra con orgullo a un hijo; la gente al verla pasar sonreía maliciosamente.
Esa semana de la fiesta anunciada, fue de mucho trajín para doña Andreíta, como la llamaban cariñosamente sus vecinos de la calle Bolívar. Varias jovencitas la ayudaron a instalar el pequeño altar todo decorado con papel cometa, flores y un hermoso mantel finamente bordado, que según las malas lenguas San Antonio no se merecía por no haberle encontrado a su anhelada pareja con quien casarse.
Al llegar el día Trece de Junio – Fiesta del santo casamentero- se comía entre otras delicias: tortitas de maíz, tamalitos verdes, champas de maní, rosquitas, humitas dulces y saladas, y abundante chicha de jora fresca y de maíz morado.
Esa mañana desde muy temprano ultimó detalles y vistió un nuevo traje que su comadre la costurera le confeccionó para la ocasión, la misa era a las ocho de la mañana, por lo que presurosa se encaminó en compañía de sus comadres y amigas que nunca la abandonaban; llegaron presurosas a la vieja Iglesia Matriz portando al pequeño santo delicadamente ataviado; vestía fina pana color celeste con ribetes blancos. Se dirigieron rápidamente al Altar Mayor en donde los esperaba el cura Vergara, fastidiado por la tardanza:
.- ¡Padrecito, disculpe… yo …¡
.- ¡No hay disculpa que valga, Andrea…¡
.- ¡Pero, padrecito…¡
.- ¡Bueno, bueno pero se paga antes…¿de acuerdo?
En esas circunstancias de pleno apuro, doña Andrea comenzó a buscar nerviosamente su monedero, se buscó los senos en donde siempre guardaba su dinero, se sonrojó y tartamudeando con cara de condenada dijo:
.- ¡Se me ha quedado el monedero, padrecito, disculpe, luego le pago por favor…
A lo que el cura mortificado pero sin inmutarse, entre el estupor y la sorpresa de los fieles que la acompañaban, replicó:
.- ¡No hay misa para ti Andrea, primero pagas o regresas mañana… ¡
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