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jueves, 2 de julio de 2009

"GÈMINIS 2461" Por Augusto Llosa Giraldo.


GÈMINIS 2461

Para C.R.A con el amor más grande del mundo.


 

En el mar hay un rincón lejano que solo existe en la fantasía de quienes están enamorados, pero se puede divisar desde lo alto de una isla que tiene forma de corazón, y solo es visible en las noches estrelladas de pleamar.
Muchos han intentado alcanzar sus playas llenas de verdor y aves multicolores que de noche irradian una luz deslumbrante que la ilumina toda. Y de lejos pareciera arder en medio de un mar que yace calmo, pero como asustado a sus pies.
En medio de este extraño paraje hay una enorme torre tallada en piedra al cual solo se accede por una senda tan pequeña como un serpentín retorcido, que se mece al compás del viento y huele a un perfume suave embriagador. Muchos advenedizos lo han intentado, y en ese afán han fracasado.

Cuentan los viejos lobos de mar que esta isla esta encantada, porque fue maldecida por una mujer que injustamente fue quemada en la hoguera, acusada de ejercer la brujería. Por lo que antes de morir la maldijo para siempre. Es por ello que nadie se atrevió a ponerle nombre alguno ni habitarla a riesgo de quedarse a vivir en ella para siempre. Pero sucedió que hace muchos años una pequeña embarcación naufragó y uno de sus tripulantes en su afán instintivo de supervivencia alcanzó llegar exhausto a su orilla; era un joven pescador que habitó solo la isla, viviendo de las bondades de su suelo exuberante, lleno de manjares que podía coger y disfrutar a diestra y siniestra. Convertido en todo un ermitaño, logró convertir a este pedazo de tierra escondido en medio del mar, en un pequeño paraíso que solo disfrutaba él y sus animales que alcanzó domesticar y a convivir con ellos. En cierta ocasión naufragó una embarcación a quien trató de auxiliar, pero la furia del mar le impidió e hizo que perecieran; menos una joven mujer que viajaba, a quién trató de salvar antes de morir en sus brazos, balbuceando su nombre sin haberlo conocido antes.

En varias ocasiones sus familiares y amigos que lo visitaban ocasionalmente a la isla, se le acercaban a la orilla, intentando convencerlo para que regresara a la civilización, pero éste nunca accedió a sus pedidos y ruegos. A uno de ellos le contó desde su embarcación, su secreto; había hecho una promesa a Dios a quien le pidió que sí lo salvaba de morir nunca abandonaría la isla. Y así fue, cumplió su palabra empeñada, le construyó una hermosa ermita de piedra en su honor en lo alto de una roca que dominaba una ensenada de arena y palmeras; muchos años después murió.

Hoy que la isla esta habitada  en su honor lleva su nombre: Carlos Leonel.



Buenavista Alta  /13/06/07



Augusto Llosa Giraldo


 

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