EL DUENDECILLO
Uno de los hechos inexplicables y más fascinantes que he experimentado en mi niñez, ha sido la aparición de un pequeño duendecillo, cuando en una noche por casualidad lo contemplé sorpresivamente. Estoy seguro que nadie me creerá, o dirán que es un invento mío, o simplemente un cuento de los tantos que se ha escrito sobre los duendes, o gnomos.
“Era una noche tediosa de verano, y digo que era verano por los zancudos fastidiosos que por esas temporadas de lluvia y agua abundan en la zona. Mi madre como de costumbre en casa, ante cualquier imprevisto dòmestico me mandaba como hijo mayor a comprar en el “tambo” de la Sra. Chang , que se encontraba a la entrada de la calle, a una distancia mas o menos de 100 metros . Por esos tiempos no había luz eléctrica en el lugar en donde vivíamos y para llegar a la pequeña tienda teníamos que pasar por un pequeño puente de palos que sobre la acequia existía y daba paso a los lugareños.
Dicho puente se encontraba a unos 20 metros de la calle principal que tenia el último poste de alumbrado público. Dicha calle y el puente formaban una L, mientras que luz tenue, dèbil apenas si reflejaba su luz en ese lugar.
Seria alrededor de las ocho de la noche, cuando salí de casa a comprar kerosene para las lámparas, para ello, mis padres salían a la puerta con una linterna de mano para alumbrarme hasta donde llegaba su luz, lo hacían para que yo no tenga miedo, ya que el calle estaba en medio de una floresta de sauces, pacaes y naranjas, bastante estrecha.
Caminé como siempre apurado y al llegar al mencionado puente, sentí que algo se movía en la acequia, que por cierto ese día no llevaba agua, y al voltear la cabeza hacia el lado derecho, pude observar con el halo de la luz que se filtraba por entre las hojas de plàtano, que debajo de la acequia,habia un pequeño hombrecillo que vestía un terno color oscuro de unos 50 centímetros de tamaño, quien con una de sus manos regordetes me llamaba para que yo le prestara atención.
Al verlo me quedé, paralizado, estupefacto y poco a poco el miedo me fue atrapando, y no podía gritar. Entonces al verme mis padres que no me movía del lugar, mi madre comenzó a correr gritando por mi nombre, preocupada, detrás le seguía mi padre con la linterna, ya que era un hombre tímido y miedoso. En ese instante el duendecillo desapareció de mis ojos como por arte de magia.
Me encontraron frío, helado, con los ojos desorbitados tratando de balbucear palabras pero solo me salía espuma de la boca. Al verme mi madre me abrazó y yo haciendo un esfuerzo, antes de desmayarme levanté una de mis manos y con el dedo índice señalaba el lugar en donde el hombrecillo había tratado de llevarme,
Mi padre me cargó, y de inmediato llamaron a los vecinos para contarle lo sucedido. Una de las comadres de mi madre le aconsejó que para que yo recupere el habla, tenía que tomar un caldo de cresta de un gallo de corral
No recuerdo cuanto tiempo estuve inconsciente, pero al recuperar la lucidez, me di cuenta que en mi cuello colgaba una cresta roja del gallo sacrificado.
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